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Un camino humilde hacia la santidad. Página del Vicepostulador de la Causa de Fray Leopoldo
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Fray Alfonso Ramírez revela el alma de fray Leopoldo y los secretos de una vida al servicio de la santidad
Conversamos con fray Alfonso Ramírez Peralbo, Vicepostulador de la Causa de fray Leopoldo, y uno de los grandes conocedores de las causas de canonización en España. Su vida ha estado marcada por la entrega pastoral, el estudio profundo de la santidad y una devoción que se traduce en hechos.
Comencemos por el principio... ¿Quién es fray Alfonso Ramírez?
Nací en El Viso de los Pedroches (Córdoba) el 21 de agosto de 1944. Tuve una infancia sencilla y feliz, como la de cualquier niño de pueblo. La escuela ocupaba gran parte de nuestros días: aprendíamos desde latín hasta manualidades, formábamos coros, hacíamos teatro y jugábamos sin descanso. Siempre fui buen estudiante, algo que a veces despertaba cierta envidia, pero recuerdo con gratitud esos años llenos de formación y alegría.
La vocación suele nacer de una chispa. ¿Cómo descubriste la tuya?
Desde pequeño me sentía atraído por la vida religiosa, aunque mi madre no quería que me marchara tan joven. Todo cambió cuando asistí a la primera misa del P. José Eulalio Valverde, un capuchino cuya predicación me impactó profundamente. Quedé cautivado. Al año siguiente ingresé en el Seminario Seráfico de Antequera. No fue fácil, ya que mi padre soñaba con verme cura secular, pero yo sentía que Dios me llamaba a ser fraile… y así fue. Mi madre me ayudó a dar ese paso.
Has recorrido un largo camino en la Orden Capuchina. ¿Qué hitos destacarías de tu trayectoria?
Tras mi ordenación en 1970, estudié Teología Moral en Roma y en Madrid. Pero mi vida pastoral estuvo muy centrada en Granada, en la parroquia de San Francisco Javier, durante 25 años. Fueron años de entrega total al barrio: mejoramos infraestructuras, creamos talleres, escuelas, colonias, bibliotecas... Fue una labor social y evangelizadora muy intensa.
Más adelante, me dediqué a las causas de canonización. Empecé con fray Leopoldo y luego llegaron muchas más: mártires capuchinos, beatos, fundadores y fundadoras. Llevo décadas trabajando al servicio de la santidad, investigando, escribiendo positios y acompañando procesos en Roma. Es una vocación dentro de la vocación.
Hoy eres el vicepostulador de la Causa de fray Leopoldo. ¿Qué implica exactamente esa responsabilidad?
Toda causa de canonización tiene tres figuras clave: el Actor (quien promueve la causa), el Postulador General (con sede en Roma) y el Vicepostulador, que representa a la causa a nivel local. Este último examina la vida del siervo de Dios, custodia sus reliquias, promueve su fama de santidad, revisa el proceso y gestiona las ediciones, estampas y publicaciones. También vela por la transparencia económica de la causa. En definitiva, es el responsable de hacer visible, con rigor y devoción, el camino hacia los altares.
Llevas años estudiando a fray Leopoldo. ¿Qué dirías que lo hace tan especial?
Fray Leopoldo fue un hombre sencillo y profundamente bueno. Exteriormente destacaba por su humildad; interiormente, por su fe y su capacidad de abrazar la cruz. Vivía con un corazón de niño, pero con una sabiduría aprendida en la oración. Era obediente, discreto, servicial... Todo en él hablaba de Dios, incluso cuando guardaba silencio. Su vida fue un sermón continuo. Como decía san Francisco, predicar con la vida es el acto más poderoso, y fray Leopoldo lo logró con creces.
Pronto se publicarán dos libros sobre el beato Diego José. ¿Qué nos puedes adelantar?
El primero es una reedición de Trotacaminos, una biografía del beato escrita con un estilo cercano, actual y lleno de sabiduría teológica. El segundo recoge su correspondencia espiritual con el P. Francisco Javier González. Es una joya que ahora hemos podido actualizar gracias a la digitalización del archivo capuchino. Ambos libros muestran al beato Diego como lo que fue: un misionero incansable, un fraile del pueblo, un hombre de fuego que conmovía corazones.
¿Qué relación hay entre fray Leopoldo y el beato Diego José?
Fray Leopoldo decía que debía su vocación al beato Diego. Cuando era joven, vivió en Ronda durante las celebraciones de su beatificación. Asistió a los cultos, vio a los capuchinos predicar… y sintió que quería ser como ellos. Esa semilla, sembrada en el corazón de un muchacho andaluz, dio fruto en forma de santidad humilde y callada. Es hermoso ver cómo los santos inspiran a otros santos.
¿Qué mensaje dejarías a quienes visitan esta web y leen esta entrevista?
Que no se queden indiferentes. La vida de los santos no es algo del pasado, sino una llamada viva y actual. Fray Leopoldo y el beato Diego muestran que la santidad es posible, aunque exigente. El Evangelio no se negocia: o se toma o se deja, y si se toma, hay que abrazarlo con todas sus consecuencias. Estos libros, estas vidas, son caminos abiertos para quienes desean caminar hacia Dios.
Has vivido momentos decisivos en la beatificación de fray Leopoldo. ¿Hay alguna anécdota que te haya marcado especialmente?
Muchas. Recuerdo cómo llegué a Granada en 1974 sin saber nada de causas de santos. Pero ver la fe del pueblo, las colas interminables para visitar la tumba de fray Leopoldo, me conmovió. Años después, sin haberlo buscado, Dios me puso al frente de su causa. En Roma, todas las puertas se abrieron con facilidad. El proceso fue una gracia.
Aunque también hubo momentos amargos. En 2006, durante el proceso del milagro en Madrid, quisieron cerrarlo. Pero la Congregación nos apoyó y seguimos adelante. Finalmente, en 2010, fray Leopoldo fue beatificado en Granada. Hoy, mientras el beato Diego guarda silencio, fray Leopoldo —el hombre del silencio— predica a voces desde su tumba. Y lo sigue haciendo, cada día.
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