Fray Leopoldo De Alpandeire

Un camino humilde hacia la santidad. Página del Vicepostulador de la Causa de Fray Leopoldo

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Biografía

1. Orígenes y primeros años (1864-1888)

1. Orígenes y primeros años (1864-1888)

Francisco Tomás de San Juan Bautista Márquez Sánchez nació el 24 de junio de 1864 en Alpandeire, un pequeño pueblo blanco enclavado en la Serranía de Ronda, en la provincia de Málaga.

Sus padres, Diego y Jerónima, eran campesinos sencillos que criaban cabras y trabajaban la tierra cultivando cereales y almendros. Francisco creció entre la oración familiar, el trabajo en el campo y los valores de humildad, laboriosidad y fe que marcarían toda su vida.

Durante su infancia asistió a la escuela del pueblo y, según recuerdan sus biógrafos, fue un niño tranquilo, piadoso y servicial.
Una anécdota de cuando tenía apenas 10 años marcaría profundamente su sensibilidad espiritual: mientras jugaba con un amigo en el campo, un rayo cayó muy cerca de ellos, provocando una gran conmoción. Francisco, lejos de asustarse, pidió al instante que rezaran juntos un Ave María. Años más tarde, confesaría que ese suceso despertó en él el deseo de consagrarse a Dios.

Cumplió el servicio militar en Málaga entre 1887 y 1888. Fueron años de silencio interior y discernimiento, en los que ya latía en su corazón la llamada a una vida entregada al Evangelio, aunque todavía no encontraba el modo de concretarla.

2. Llamada y formación religiosa (1894-1903)

2. Llamada y formación religiosa (1894-1903)

En 1894, un hecho providencial terminó de encender la llama de su vocación. Francisco asistió a la celebración de la beatificación del franciscano Diego José de Cádiz en Ronda. Aquella ceremonia, con la presencia de frailes capuchinos, le conmovió profundamente. Quedó impresionado por su humildad, su hábito sencillo y su entrega radical a Dios. Comprendió que esa era la vida que anhelaba vivir.

Tras varios intentos, y dejando atrás incluso una relación afectiva, Francisco fue admitido como postulante en la Orden Capuchina en Sevilla el 16 de noviembre de 1899. Tenía ya 35 años, una edad inusual para comenzar la vida religiosa, pero su decisión era firme y madura. Inició su noviciado en el convento de Sevilla, donde se empapó de la espiritualidad franciscana: pobreza, humildad, oración y servicio a los más pobres.

El 16 de noviembre de 1900 profesó los primeros votos, tomando el nombre de fray Leopoldo de Alpandeire.

Durante esta etapa, desempeñó tareas humildes en los conventos: hortelano, cocinero, portero o sacristán. Eran funciones sencillas, pero que realizaba con una delicadeza espiritual admirable. Para él, cada acción era una forma de glorificar a Dios.

En 1903 emitió su profesión solemne en Granada, donde comenzaría la etapa definitiva de su vida religiosa.

3. Vida conventual y decisiones (1903-1914)

3. Vida conventual y decisiones (1903-1914)

Los primeros años como fraile profeso llevaron a Fray Leopoldo a vivir en varias fraternidades: Sevilla, Antequera y finalmente Granada.
En todas ellas se destacó por su obediencia, su caridad silenciosa y su afán por servir en lo pequeño. Jamás buscó protagonismo ni tareas de relieve, sino que aceptaba con amor todo lo que se le encomendaba.

En Granada, los superiores vieron en él una disposición especial para el contacto con la gente sencilla. Le encomendaron la tarea de limosnero, una misión exigente que implicaba recorrer la ciudad pidiendo ayuda para el convento y, a su vez, atender a las necesidades materiales y espirituales de los más pobres.

Fray Leopoldo aceptó con humildad. A pesar de su timidez natural, se entregó por completo a esta nueva labor. Así comenzó a forjarse la figura del fraile caminante, de barba blanca y mirada compasiva, que recorría Granada con su talega y su bastón, repartiendo paz, buenos consejos y oración.

A partir del 21 de febrero de 1914, Fray Leopoldo quedó destinado definitivamente a Granada. Aquel sería su hogar hasta el final de sus días.

4. El limosnero de las tres Avemarías (1914-1956)

4. El limosnero de las tres Avemarías (1914-1956)

Durante más de cuatro décadas, Fray Leopoldo fue una presencia familiar y entrañable en las calles de Granada. Salía del convento cada mañana y recorría barrios, plazas y comercios pidiendo limosna. Pero su mirada no estaba puesta en las monedas, sino en los corazones.

A quienes encontraba, les saludaba con ternura y les invitaba a rezar tres Avemarías. Con esa sencilla fórmula de oración, que tanto repetía, sembraba fe y esperanza en medio del ajetreo cotidiano. Se ganó el cariño de todos: desde los niños hasta los ancianos, desde las señoras de buena posición hasta los mendigos.

Aunque no sabía cocinar muy bien, se las ingeniaba para atender a los enfermos que no podían alimentarse por sí solos. Compartía lo poco que tenía, a menudo su propio almuerzo, y volvía al convento muchas veces con la talega vacía, pero el alma rebosante. Su fama de santidad se extendía. Muchos buscaban su bendición, su palabra de consuelo o simplemente su presencia. Sin buscarlo, Fray Leopoldo se convirtió en testigo viviente del Evangelio. En los últimos años, una caída le provocó la fractura de un fémur, lo que limitó su movilidad, pero no su alegría ni su oración.

Murió el 9 de febrero de 1956, a los 92 años de edad, rodeado del afecto de sus hermanos capuchinos y del pueblo granadino que tanto le amaba.

5. Muerte y cripta: el reposo del justo

5. Muerte y cripta: el reposo del justo

El fallecimiento de Fray Leopoldo causó una profunda conmoción en Granada.
El pueblo entero se volcó en su despedida. Fue enterrado en la cripta del convento capuchino, donde pronto comenzaron a acudir multitudes para rezar ante su tumba. Aquel lugar se transformó en un espacio de silencio, fe y consuelo.

Con el paso de los años, su sepulcro se convirtió en centro de peregrinación. Cada 9 de febrero, miles de personas acuden a Granada para honrar su memoria y pedir su intercesión. Se cuentan por miles las cartas de agradecimiento por favores recibidos. La devoción popular, viva y constante, ha sido el motor que ha sostenido el recuerdo de este fraile humilde y bueno.

La cripta, sobria y recogida, guarda hoy los restos de Fray Leopoldo como un tesoro espiritual. En su epitafio se lee una frase que resume su vida: “Haced siempre el bien”.

6. El camino a los altares: beatificación (1982-2010)

6. El camino a los altares: beatificación (1982-2010)

La fama de santidad de Fray Leopoldo no se apagó con su muerte.
Muy pronto comenzaron a recogerse testimonios de su vida ejemplar y los favores atribuidos a su intercesión. En 1982 se inició oficialmente el proceso de beatificación, bajo el impulso de la Orden Capuchina y la diócesis de Granada.

Durante años se recogieron pruebas, declaraciones, documentos y señales. En marzo de 2008, el Papa Benedicto XVI firmó el decreto que reconocía sus virtudes heroicas, declarándolo Venerable. Solo faltaba un milagro comprobado para su beatificación.

Ese milagro llegó, y tras rigurosos estudios médicos y teológicos, fue aprobado por la Santa Sede en 2010. La beatificación tuvo lugar el 12 de septiembre de 2010 en la explanada del recinto de Armilla, Granada. Fue una jornada histórica: más de 120.000 personas asistieron a la ceremonia presidida por el cardenal Angelo Amato en nombre del Papa.

Fray Leopoldo fue proclamado beato ante el gozo de toda Andalucía y del mundo franciscano. La Iglesia confirmaba así lo que el pueblo ya creía desde hacía décadas.

7. Legado y devoción popular: el santo de la calle

7. Legado y devoción popular: el santo de la calle

Hoy, Fray Leopoldo de Alpandeire sigue siendo un referente de bondad, sencillez y entrega evangélica.

Aunque no fue un gran predicador ni fundó obras visibles, su vida silenciosa ha tocado millones de corazones. Se le conoce como “el humilde limosnero de las tres Avemarías”, y esa devoción se ha extendido por toda España y América Latina.

Muchos peregrinos visitan su cripta en Granada para rezar, pedir favores o dar gracias. Otros llevan su estampa en la cartera, su imagen en el coche o su nombre en las oraciones. Ha inspirado centros de ayuda social, residencias, colegios, publicaciones y hasta canciones populares.

Fray Leopoldo no se conformó con hacer el bien: lo hizo con dulzura, con constancia y con fe. Su vida es un recordatorio de que la santidad también se construye en lo cotidiano, en la fidelidad a lo pequeño y en el amor silencioso que transforma el mundo.