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Un camino humilde hacia la santidad. Página del Vicepostulador de la Causa de Fray Leopoldo
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... de Hipólito Llanes
Dice el viejo cantar:
“La Virgen de Las Angustias / la que vive en la Carrera / ella solita lo sabe / es la que alivia mis penas…
La Virgen de las Angustias / cuando sale en procesión, / los granainos le rezan / con mucha fe y devoción, / en sus plegarias le piden / que nos conserve la paz, / y que su corazón no olvide / a su querida Graná. / Dale que dale que dale…”.
Granada es a la Virgen de las Angustias, lo que la Virgen de las Angustias es a Granada, hay entre ambos tal simbiosis que no hay granaíno en el mundo por cuya sangre no corra una mijica de devoción a la Virgen que habita en la Carrera. María, en sus múltiples advocaciones, es la única vena de ternura que riega este pobre mundo nuestro, ella es para todos nosotros: bálsamo, consuelo, fortaleza, brisa suave, dulzura, bondad, compañía, sombra en la canícula…
Pero si hay algún granadino que haya amado, conocido y plasmado ese amor a la Virgen de las Angustias que sienten los granadinos, es sin lugar a dudas Hipólito Llanes hasta el punto de ser universalmente conocido como el pintor de la Virgen de las Angustias por sus luminosos carteles, con los que cada año se anunciaban los actos cívicos y religiosos que, en septiembre, rinde homenaje Granada a su Patrona.
Hipólito Llanes nació en Granada el 7 de Mayo de 1940, en la calle Almireceros, donde vivió hasta los cuatro años. Luego la familia se trasladó a vivir al corazón del Albayzín en la plaza de las Tomasas, donde residió hasta su casamiento con Antonia Sánchez Cárdenas, de cuyo matrimonio nacieron cuatro hijos.
Aquel atardecer que, hace ya algunos años, el Presidente Clinton mostrara a su esposa Hilary y acompañantes, desde la plaza de San Nicolás del barrio del Albayzín granadino, como el más bello del mundo, hacía años que había impregnado las retinas de Hipólito Llanes hasta el punto de dejarlo luminosamente plasmado en sus célebres cuadros sobre la Virgen de las Angustias.
Como una ciudad que habita en otra ciudad, el Albaycín se levanta y vive contemplando desde su altura las zonas bajas de Granada. De siempre fue así o al menos, ya que de su pasado ibérico y romano poco sabemos, hasta la llegada de los árabes que subieron allí desde la vega para buscar defensa en los turbios tiempos de la caída del califato de Córdoba. Hay barrios parecidos en ciudades andaluzas convertidos en selectas piezas del pasado que se exhiben en un museo de lo urbano. Se diferencia el Albaycín de ellos en que está vivo y sigue sin renunciar a ser distinto.
En sus callejas empedradas se alzan los cármenes, villas con decoración y jardines moriscos, aisladas del exterior por sus altas tapias. A la caída de la tarde, cuando el aroma del jazmín impregna el aire, es un deber subir hasta el mirador de San Nicolás y contemplar la mágica estampa de la Alhambra resplandeciendo al ocaso.
Los años pasados en el Albayzín fueron su mejor escuela en su formación autodidáctica. Sus puntos de referencia serían siempre los patios del Albayzín, con aromas a geranios recién regados, con perfume a galán de noche y el empedrado con alfombra de jazmín, sus balcones llenos de flores y las buganvillas colgando de sus paredes blancas. “Sin duda --ha escrito Tito Ortiz-- fueron aquellos atardeceres los que impregnaron la retina de Llanes, de la sensibilidad cromática suficiente como para pintar el mejor cielo granadino, la cal del barrio castizo y las calles desde donde vieron construir la Alhambra. Hipólito Llanes ya era al nacer, en la década de los sesenta, un joven autodidacta con facilidad sorprendente para el paisaje, con una técnica muy depurada que abarcaba el dibujo a plumilla, el pastel o la acuarela, y, sobre todo, el óleo, ya fuera a pincel o a espátula, pues tuvo épocas de alternancia…”.
La pintura fue su vida y aunque le ofrecieron dar clase en Bellas Artes, él siempre se negó, porque lo que a él le gustaba era pintar y no enseñar. Grande fue su amor por la Semana Santa y su fervor por el Cristo de los Favores. Aunque, tal vez, lo que más trascendió en sus últimos años fueron sus carteles que durante quince años realizó tanto para la ofrenda floral como para la Procesión de la Virgen de las Angustias en el mes de septiembre.
Hipólito Llanes es un querido pintor granadino, profundamente empapado de las claridades de su tierra, que ha sabido captar, como pocos, los juegos de luces y sombras que el sol y la luz, la noche, la oscuridad y sus diversos matices, hacen coincidir en la ciudad de Granada, ciudad crisol de historia, belleza, luces y arte. Cuando Hipólito decidió pintar a Fray Leopoldo, supo haberse metido en un gran lío, confiesa él mismo. No es lo mismo pintar una figura del pasado, nimbada con unas determinadas luces, que sacar a la luz un personaje cuyas características, entre luces y sombras, son la bondad, la caridad, la entrega a los demás, la pobreza, el amor. Hipólito conoció, cuando era niño, a Fray Leopoldo, pero, reconoce, que no lo suficiente como para reflejar toda aquella bondad que veía y que sus propios padres le contaban y transmitían.
Encajó la obra --dice el propio Hipólito-- rezando un Padrenuestro a Fray Leopoldo, pidiéndole le iluminara en esa obra que él deseaba fuese la mejor que había salido de sus manos. Tras realizar numerosos bocetos de caras, manos, pies, alforjas, hábito... puso manos a la obra, trabajando con tesón y entrega para que, tanto los granadinos como cuando otras muchas personas, venidas de todas partes del mundo, lo vieran, pudieran contemplar al Fray Leopoldo limosnero en actitud de dar y recibir, que parece tener los pies en el suelo y el corazón en el cielo.
Lo más difícil --cuenta el propio Hipólito-- era reflejar en su rostro una sonrisa amable y cariñosa y que, tras sucesivos intentos de un día y otro no parecía querer salir. Creía que el cuadro podía estar bien, a su parecer, pero no la sonrisa que él intentaba querer reflejar.
“Una noche –cuenta-- me acosté muy tarde sin poder conseguir esa ternura que tenía la cara de aquel buen fraile. No podía dormir y me levanté para continuar pintando esos labios que no había forma de que quedaran a mi gusto. De pronto, y, casi como por un ‘milagro’, en pocos minutos, quedó la sonrisa reflejada en el cuadro y que yo pretendía sacar desde hacía días. Fue como un milagro”.
Y así fue como entre los blancos rosáceos de Sierra Nevada, los dorados atardeceres de monumentos y casas albaycineras, Hipólito Llanes, con transparencias luminosas y claras, dio vida, forma y color a “su Fray Leopoldo granaino”.
El Fr. Leopoldo “granaíno” de Hipólito Llanes.
Alfonso Ramírez Peralbo, Vicepostulador
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