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Un camino humilde hacia la santidad. Página del Vicepostulador de la Causa de Fray Leopoldo
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El futuro obispo de Almería recuerda con admiración su encuentro con Fray Leopoldo: un hombre sencillo, pero lleno del don de consejo que sólo el Espíritu puede conceder.
En su juventud, D. Manuel Casares Hervás era un seminarista más entre los que recorrían Granada en tiempos convulsos. En uno de aquellos paseos formativos, llegó al convento de los capuchinos. Allí fue recibido por un fraile delgado, sonriente y descalzo: Fray Leopoldo. Les mostró el refectorio con pan recogido por él mismo, les abrió la huerta en noviembre, y con dulzura les dijo: “Sed buenos”. No faltaron los membrillos que desaparecieron discretamente.
Pero aquel encuentro dejó una huella profunda. Años después, ya sacerdote, D. Manuel escuchó en clase al profesor D. José Sánchez Quero —nada dado a elogios— afirmar: “Ese sí que es un hombre de Dios; ese hombre tiene el don de consejo sin saber teología. El don de consejo lo tiene porque se lo da el Espíritu Santo.”
Desde su ordenación en 1940 hasta su episcopado en Almería, D. Manuel siguió observando a Fray Leopoldo con devoción. Lo vio orar frente a la Virgen de las Angustias, lo vio caminar descalzo por las calles heladas, y lo vio recibir con una sonrisa a los estudiantes que se acercaban a besarle el cordón o a rezar las tres Ave Marías antes de un examen.
En su madurez, como obispo y miembro activo de la Conferencia Episcopal, no olvidó aquel gesto sencillo del fraile que entregaba pan, consejo y consuelo por igual. La memoria de aquel “hombre de Dios” —como lo llamó— lo acompañó hasta el final de sus días.
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