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Fray Leopoldo De Alpandeire
Un camino humilde hacia la santidad. Página del Vicepostulador de la Causa de Fray Leopoldo
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El genio gaditano se dejó conmover por la humildad del fraile limosnero.
Entre la Alhambra y la fe, nació una amistad insospechada que acabaría en un gesto inolvidable.
Instalado en su carmen junto a la Alhambra, Manuel de Falla vivía sus últimos años en Granada, retirado, reflexivo… y sorprendido por una visita inesperada. Era Fray Leopoldo, el fraile de barba blanca y sandalias gastadas, que acudía en busca de una solución: el organista del convento estaba enfermo y se acercaba la fiesta de la Virgen de las Tres Ave Marías. ¿Tocaría él?
La respuesta fue inmediata. El maestro aceptó con alegría. Y así, el día de la fiesta, en medio del asombro general, las notas del viejo armonio del convento se elevaron como nunca antes: las manos de Manuel de Falla transformaron la celebración en una sinfonía de devoción.
Ambos compartían algo más que un momento musical. A Falla le impresionaba el fervor con el que Fray Leopoldo cuidaba el altar de la Virgen y rezaba incansablemente las tres Ave Marías. El fraile, por su parte, halló en el compositor no solo talento, sino una sensibilidad capaz de comprender lo sagrado.
“Fr. Leopoldo, como buen hijo de Francisco, amaba intensamente a la Virgen y cantaba ininterrumpidamente su gloria con el fervoroso rezo de las tres Ave Marías.”
Un gesto humilde. Una melodía divina. Un vínculo espiritual que convirtió a la música en oración.
